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Autor :

Laurence B. Brown MD

Fecha :

Mon, Aug 15 2016

Categoría :

Religiones comparadas

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Cómo se infiltró la idolatría en el Cristianismo

 

Cómo se infiltró la idolatría en el Cristianismo

كيف دخلت الوثنية في النصرانية ؟

اللغة الإسبانية

        
Dr. Laurence B. Brown

لورانس براون




Traductor: Muhammad Isa García
Revisor: Anas Quevedo
 
ترجمة: محمد عيسى غارسيا
مراجعة: أنس قيبيدو


 

 Cómo se infiltró la idolatría en el Cristianismo
        

Es una extraña ironía que quienes reverencian piedras vivan en ideologías de cristal. —L. Brown

La idolatría: todo monoteísta aborrece la idea y, sin embargo, mu-chos cometen ese crimen. Hoy día, pocos comprenden plenamente la complejidad de este tema, pues la definición de “idolatría” ha sido en-terrada bajo casi 1.700 años de tradición de la iglesia.
El segundo mandamiento dice: “No te harás imagen ni ninguna se-mejanza de lo que esté arriba en el cielo ni abajo en la tierra ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las honrarás” (Éxo-do 20:4–5, traducción Reina-Valera 1960). Traducciones alternas em-plean redacciones ligeramente distintas pero significativas, como por ejemplo: “No te inclines delante de ellos ni los adores” (NVI).
El mandamiento “no te harás imágenes” habla por sí mismo, como lo hace el decreto subsecuente de no hacer ninguna semejanza de na-da.
Estos mandatos no podrían ser más claros.
La naturaleza humana, sin embargo, es buscarle resquicios a las le-yes, los impuestos y las escrituras. En consecuencia, hay quienes con-sideran que la orden inicial de no hacer imágenes ni semejanza de nada está condicionada por el decreto siguiente de no servir ni adorar imágenes; argumentan que si nadie adora realmente a la imagen mis-ma, entonces está permitido hacerla. Pero eso no es lo que dice el mandamiento. Y en cualquier caso, la prudencia manda evitar todo lo que Dios ha prohibido, pues quien transgreda puede esperar ser lla-mado a rendir cuentas.
Pero demos un paso atrás. ¿Qué significan las palabras “servir” y “adorar” en realidad? El verbo “servir”, de acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, significa “estar al servicio de alguien; estar sujeto a alguien por cualquier motivo haciendo lo que él quiere o dis-pone” . Si ubicar imágenes en lugares exaltados (como imágenes de santos puestos sobre pedestales, íconos religiosos enmarcados y puestos en lugares visibles y elevados, etc.) y dedicar tiempo, energía y dinero para desempolvarlas, limpiarlas, restaurarlas, embellecerlas, pasearlas en procesiones, vestirlas y preservarlas, no son actos de ser-vicio y respeto, ¿entonces qué son?
¿Cuál es la respuesta cristiana típica? Que esos actos de “servicio”, no son actos de “adoración”.
Un momento. La palabra “adoración” no existía hace dos mil años. De hecho, el idioma español como tal ni siquiera existía antes del siglo XII. Entonces, ¿cuáles fueron las palabras empleadas en los tiempos bíblicos?
La palabra hebrea sagad aparece cuatro veces en el texto hebreo, suele traducirse como adoración, pero significa prosternarse, postrar-se, inclinarse, arrodillarse, venerar, rendir homenaje, tener devoción .
La palabra hishtajavá significa inclinarse, prosternarse, postrarse, rendir homenaje, arrodillarse. En muchos textos bíblicos, hishtajavá es traducida como se inclinó, se postró, hizo una reverencia.
Las personas solo se inclinan, arrodillan, postran o hacen reveren-cia ante alguien o algo que valoran mucho, que consideran de algún modo superior o que tiene alguna autoridad sobre ellas.
Entonces, ¿qué dice realmente el segundo mandamiento? No solo que uno no debe inclinarse ante imágenes hechas por el hombre ni re-zarles (como lo hacen muchos católicos, tanto romanos como ortodo-xos), sino que uno ni siquiera debe valorar esas imágenes.
“¡Pero nosotros no las valoramos!”, responde el cristiano promedio.
¡Oh!, ¿de verdad? Bueno, en ese caso, no le importará si simplemen-te las tiramos a la basura o las echamos por el sanitario. Es decir, las imágenes no tienen valor por sí mismas, ¿verdad? No valen, ¿cierto? ¿Y qué hacemos con las cosas que no valen? Las tiramos, ¿no?
El punto es que sí, los cristianos valoran sus imágenes, y de esa forma violan el segundo mandamiento.
¿La idolatría se manifiesta de otras formas?
Por supuesto. ¿Alguna vez te has preguntado por qué a los reyes, la nobleza y altos dignatarios se los trata con títulos como “su majestad”, “su alteza”, “su excelentísimo/a” y “su excelencia”? “Majestad” significa grandeza, superioridad. “Alteza” es elevación, sublimidad. “Excelencia” es calidad o bondad superior. Es decir, todos estos tratamientos honoríficos hacen referencia a una veneración que se rinde a una persona para honrarla por su gran valor, su posición y su estatus social. “Honrar” es respetar y enaltecer. “Adorar” implica reverenciar con gran honor o respeto.
Entonces, ¿tratar a alguien con estos títulos honoríficos es una for-ma de adoración? Sí, precisamente ese es el punto. Estos títulos hono-ríficos y otras formas de exaltación, sumo respeto y homenaje son formas de demostrar devoción, de inclinarse, humillarse o reverenciar ante una persona. Quienes tratan a estas personas con dichos títulos no solo los adoran, sino que los toman como ídolos, los idolatran. Esta es una dinámica que vemos comúnmente hoy día aplicada también a los astros o ídolos de la música, el deporte y el cine, así como al clero, la realeza y la élite social.
“¡Oh, por favor!”, puedes decir, “estás exagerando”. No, estoy siendo preciso. No estoy diciendo que Dios nos ha prohibido honrar a tales individuos, lo que digo es que dirigirse a tales individuos con términos como “su majestad” o “su alteza” es una forma de adoración. Sin embargo, donde esto cruza la línea hacia la zona prohibida es cuando la gente reverencia a otros como dioses, o les otorga el honor y el respeto reservados a nuestro Creador. En el caso de que prefieran la guía de esos individuos a las leyes y la guía de la revelación, están usurpando la autoridad de Dios. Del mismo modo, en caso de que reverencien a dichos individuos afirmando que son infalibles o inclinándose ante ellos (aunque solo sea para besar su anillo), les están otorgando los derechos y el honor especial reservados para Dios, el Altísimo.
De este modo, la idolatría no requiere una estatua, si bien las esta-tuas aumentan la ofensa. Después de todo, “la idolatría se refiere a la adoración de los dioses distintos al único Dios verdadero, y el uso de imágenes es característicos de la vida de los paganos” .
Es interesante tener una enciclopedia católica que proporcione tal definición, ¿no? Porque no necesitamos leer entre líneas para darnos cuenta de que es una autocondena.
Lastimosamente, muchas denominaciones cristianas modernas justifican sus prácticas más con base en la tradición que en las escrituras. Rara vez se les da prioridad a las escrituras sobre la tradición. Ejemplos existen, sin embargo. En el siglo XVI, los cristianos nestorianos de la Costa de Malabar, en India, vieron por primera vez una imagen de la Virgen María. Aislados de la influencia europea durante mucho tiempo, estos cristianos de la Costa de Malabar se habían mantenido ignorantes de los cambios instituidos por los diferentes concilios y sínodos de las iglesias europeas. Solo con el establecimiento de rutas marítimas en el siglo XVI ambos grupos interactuaron. Como anotó Edward Gibbon: “Su separación del mundo occidental los dejó ignorantes de las mejoras o corrupciones durante mil años, y su conformidad con la fe y la práctica del siglo V, decepcionaría por igual los prejuicios de un papista o de un protestante” .
Entonces, ¿cómo respondieron cuando les mostraron una imagen de la Virgen María? El título de Madre de Dios resultó ofensivo a sus oídos, y midieron con escrupulosa avaricia los honores de la Virgen María, a quien la superstición de los latinos la había exaltado al rango de una diosa. Cuando su imagen fue presentada por primera vez a los discípulos del apóstol Santo Tomás, ellos exclamaron indignados: “¡Somos cristianos, no idólatras!” .

 

Introducción de pinturas y esculturas en la Iglesia y el comienzo de la adoración de imágenes
Es importante anotar que estos cristianos de la Costa de Malabar no estaban solos ni errados en sus opiniones:
Los cristianos primitivos sentían una repugnancia indomable hacia el uso y el abuso de las imágenes, y esta aversión debe ser adscrita a su descendencia de los judíos y su enemistad con los griegos. La ley mo-saica había proscrito con severidad todas las representaciones de la Deidad, y ese precepto fue firmemente establecido en los principios y prácticas del pueblo elegido. El ingenio de los apologistas cristianos fue dirigido en contra de los necios idólatras, que se inclinaban ante artesanías hechas por sus propias manos, imágenes de bronce y már-mol que, de haber sido dotadas con sentido y sensibilidad, habrían comenzado a adorar no a la obra en el pedestal, sino a los poderes creativos del artista .
O, para ponerlo en un español más simple y moderno:
Los cristianos primitivos habían atacado la adoración de imágenes como la obra del diablo, y se había producido la destrucción masiva de todo tipo de ídolos cuando el cristianismo por fin triunfó. Sin embargo, en los siglos sucesivos las imágenes surgieron de nuevo, apareciendo bajo nuevos nombres pero, para el ojo crítico, con un papel idéntico. Fueron los cristianos de Oriente los que comenzaron a sentir que gran parte de la religión pagana que sus antepasados habían destruido, con un elevado costo en sangre de mártires, había sido restaurada insensi-blemente .
Sin embargo, el arte religioso fue aprobado en el Concilio de Nicea en 325 d. C., y la adoración de ídolos invadió los servicios católicos desde esa época hasta nuestros días. Gibbon comenta:
“Al comienzo, este experimento fue llevado a cabo con cautela y escrúpulo, y las pinturas venerables fueron permitidas discre-tamente para instruir al ignorante, despertar al insensible, y sa-tisfacer los prejuicios de los prosélitos paganos. Por una lenta pero inevitable progresión, los honores de los originales fueron transferidos a las copias; los cristianos devotos rezaron frente a la imagen de un santo, y los ritos paganos de genuflexión, luminarias e incienso tomaron furtivamente la Iglesia Católica” .
Con el tiempo (continúa Gibbon), la adoración de imágenes se infil-tró en la iglesia por grados imperceptibles, y cada pequeño paso fue agradable a la mente supersticiosa, como algo que le proporcionaba comodidad e inocencia del pecado. Pero a inicios del siglo VIII, en la magnitud máxima del abuso, los griegos más temerosos fueron sacu-didos por la idea de que, bajo la máscara del cristianismo, habían res-taurado la religión de sus padres; escucharon, con dolor e impaciencia, el nombre de idólatras, la presión incesante de los judíos y los maho-metanos, que derivaron de la ley y del Corán un odio inmortal hacia las imágenes y toda adoración hacia ellas .
Todos aquellos cuyo cristianismo se basaba en las escrituras, el ejemplo de los apóstoles y las enseñanzas de los profetas, se opusieron a la introducción de la adoración de ídolos. Por ello, cuando la hermana de Constantino, congruentemente llamada Constantina, encargó una representación de Jesús en 326 d. C., Eusebio de Nicomedia respondió con altivez: “¿Qué y qué tipo de semejanza de Cristo es esta? Tales imágenes están prohibidas por el segundo mandamiento” .
Hace más de dos siglos, Joseph Priestley escribió un resumen que no solo explica la historia, sino también la razón para esta corrupción de la ortodoxia cristiana:
Siendo que los templos se construían en honor de santos particula-res, y especialmente de mártires, resultó natural adornarlos con pintu-ras y esculturas que representaran las grandes hazañas de esos santos y mártires, y esa fue una circunstancia que hizo que las iglesias cristia-nas fueran más parecidas a los templos paganos, que también eran adornados con estatuas y pinturas, y eso también tendía a llevar a la masa ignorante hacia la nueva adoración, facilitándole la transición.
Paulino, un converso del paganismo que había sido senador ro-mano –célebre por sus escritos y labor de enseñanza, y que murió co-mo Obispo de Nola en Italia, cargo en el que se distinguió–, reconstruyó de forma espléndida su propia iglesia episcopal, dedicada a Félix mártir, y en los pórticos de la misma pintó los milagros de Moi-sés y de Cristo, junto con las hazañas de Félix y de otros mártires, cu-yas reliquias fueron depositadas en la iglesia. Esto, dijo él, se hizo con la intención de guiar al populacho, habituado a los ritos profanos del paganismo, hacia un conocimiento y una buena opinión de la doctrina cristiana al aprender de esas pinturas, ya que no tenían la capacidad de aprender de los libros, las vidas y obras de los santos cristianos.
Una vez comenzó la costumbre de tener pinturas en las iglesias (hacia finales del siglo IV o comienzos del V, generalmente por conver-sos del paganismo), parece que los cristianos más ricos compitieron entre sí por ver quién construía y decoraba iglesias con mayor derro-che, y quizás nada contribuyó más a esto que el ejemplo de este Pau-lino.
Por Crisóstomo se sabe que las pinturas e imágenes se veían en las iglesias principales de su época, pero esto fue en el oriente. En Italia eran algo raro a comienzos del siglo V, y el obispo de ese país, que te-nía su iglesia pintada, pensó adecuado hacer una apología de ella, di-ciendo que quienes se divertían con las imágenes tendrían menos tiempo para deleitarse consigo mismos. Esta costumbre probablemente se originó en Capadocia, donde Gregorio de Nisa fue obispo, el mismo que le ordenó a Gregorio Taumaturgo que se ingeniara la forma de hacer los festivales cristianos similares a los paganos.
Aunque muchas iglesias de esa época estaban adornadas con imá-genes de santos y mártires, no parece que hubiera muchas imágenes de Cristo. Se dice que estas fueron introducidas por los capadocios, y las primeras eran solo simbólicas, mostrándolo en forma de cordero. Epifanio encontró una de estas en el año 389, y se sintió tan ofendido por ella que la rompió. No fue hasta el Tercer Concilio de Constantino-pla o Concilio Trullano, celebrado de forma tardía entre el 680 y el 681 d. C., que se ordenó que las pinturas de Cristo lo representaran en for-ma de hombre .

Cómo fue sofocado el esfuerzo del Emperador de Constantinopla, León III, de destruir imágenes. Paralelismos sorprendentes entre las enseñanzas del cristianismo y algunas civilizaciones antiguas
En 726 d. C., a escasos diecinueve años del Concilio Trullano, el Em-perador de Constantinopla, León III (también conocido como León el Isaurio, pero mejor conocido como León el Iconoclasta) comenzó a destruir imágenes dentro del círculo en expansión de su influencia. Thomas Hodgkin escribió:
Fue el contacto con el mahometismo lo que abrió los ojos de León y de los hombres cercanos al trono, eclesiásticos así como laicos, a las supersticiones degradantes e idólatras que se habían infiltrado en la Iglesia y se habían superpuesto a la vida de una religión que, en su proclamación de ser la más pura y espiritual, se había convertido rápi-damente en una de las más supersticiosas y materialistas que el mun-do jamás haya visto. Reduciendo al comienzo cualquier representación en todo tipo de objetos visibles, permitiéndose luego el uso de emblemas hermosos y patéticos (como el Buen Pastor), en el siglo IV la Iglesia cristiana trató de instruir a los conversos, que gracias a su victoria bajo Constantino le llegaron por millares, utilizando representaciones, en las paredes de las iglesias, de los eventos más sobresalientes de la historia de las escrituras. De ahí, la transición a las pinturas especialmente reverenciadas de Cristo, la Virgen María y los santos fue natural y fácil. El culmen del absurdo y la blasfemia, la representación del Hacedor Todopoderoso del universo como un anciano barbudo flotando en el espacio, aún no había sido perpetrado, ni se llegó a tal atrevimiento hasta que la raza humana había dado varios pasos descendiendo hacia la oscuridad del Medioevo, pero ya se había hecho suficiente para mostrar hacia qué estado se dirigía la Iglesia, y para darle razón al sarcasmo de los seguidores del Profeta cuando estos lanzaron el epíteto de “idólatras” a las poblaciones cobardes y serviles de Egipto y Siria .
La ironía de la transición del emperador León de obtener la victoria sobre los sarracenos en Europa del Este a León el Iconoclasta es inelu-dible. Después de derrotar a los musulmanes, él adoptó su campaña para abolir la idolatría. En cualquier caso, el Papa Gregorio II intentó amortiguar el entusiasmo de León con el siguiente consejo:
“¿Acaso ignoras que los papas son el vínculo de unión, los me-diadores de paz entre Oriente y Occidente? Los ojos de las nacio-nes están fijos en nuestra humildad, y ellos reverencian, como a un dios en la Tierra, al apóstol San Pedro, cuya imagen intentas destruir… Abandona tu empresa explosiva y fatal; reflexiona, tiembla y arrepiéntete. Si persistes, somos inocentes de la sangre que será derramada en la contienda; puede que caiga sobre tu propia cabeza” .
Como afirmó George Bernard Shaw en el prefacio de su obra Santa Juana: “Las iglesias deben aprender humildad así como la enseñan” . Sin duda, la persona que grita: “Mira lo humilde que soy, ¿no afirmarás que soy la persona más humilde que jamás hayas visto?”, al instante queda descalificada. Más al punto, el Papa que aprobó las imágenes afirmando a la vez: “Pero, por la estatua del propio San Pedro, la que todos los reinos de Occidente estiman como un dios en la tierra, que Occidente entero tomará una venganza terrible” , debería percibir una inconsistencia teológica colosal. Quién es el que debería “reflexio-nar, temblar y arrepentirse” debe ser absolutamente obvio.
Que el Papa Gregorio II y sus seguidores estaban dispuestos a librar una guerra en defensa de sus imágenes, es testimonio del valor extra-ordinariamente elevado que ponían sobre esas imágenes (es decir, la altísima importancia y trascendencia que tenían las imágenes para ellos). Y, de hecho, derramaron tanta sangre que la derrota del ejército de León en Ravena tiñó de rojo las aguas del río Po. El río quedó con-taminado de tal modo, que “durante seis años, el prejuicio público los abstuvo de pescar en el río…” .
Cuando se convocó el Quinto Concilio de Constantinopla en 754 d. C., la iglesia romana organizó un boicot (de no asistencia) debido a la disconformidad de la iglesia griega con sus enseñanzas o, al menos, esa fue la excusa que ofrecieron. Un escenario más plausible, quizás, fue que los católicos reconocieron su incapacidad de defender una práctica que estaba condenada en las escrituras por el Dios Todopoderoso que afirmaban adorar.
Sin embargo, el Quinto Concilio de Constantinopla se reunió sin ellos, y después de una deliberación seria de seis meses, los trescientos treinta y ocho obispos se pronunciaron y suscribieron un decreto unánime de que todos los símbolos visibles de Cristo, excepto en la Eucaristía, eran blasfemos o heréticos; que la adoración de imágenes era una corrupción del cristianismo y una renovación del paganismo, que todos esos monumentos a la idolatría debían ser rotos o borrados, y que quienes se rehusaran a entregar los objetos de su superstición privada, serían culpables de desobediencia a la autoridad de la Iglesia y del emperador .
El hecho de que dicho concilio exentó a la Eucaristía de la asocia-ción con el paganismo es particularmente curioso para quienes cono-cen los antiguos ritos y ceremonias persas y egipcios: los persas utilizaban agua consagrada y pan en el antiguo culto de Mitras . Como subrayó T. W. Doane en su estudio de 1971 Mitos bíblicos y sus parale-los en otras religiones:
Es en la religión antigua de Persia —la religión de Mitra, el Media-dor, el Redentor y Salvador— que hallamos la semejanza más cercana al sacramento de los cristianos, y del que evidentemente deriva. Quie-nes eran iniciados en los misterios de Mitra, o se hacían miembros, tomaban el sacramento del pan y el vino…
Ellos llamaban a esa comida Eucaristía, de la que nadie podía parti-cipar excepto las personas que creían que las cosas que ellos enseña-ban eran ciertas, y que habían sido lavados en el lavamiento para la remisión de los pecados. Tertuliano, converso al cristianismo en 197 d. C. y uno de los padres de la Iglesia, también habló de los devotos a Mitra celebrando la Eucaristía.
La Eucaristía del Señor y Salvador, como los magi llamaban a Mitra, la segunda persona de su Trinidad, o su sacrificio eucarístico, siempre se llevó a cabo exactamente en todo aspecto de forma idéntica a como la realizan los cristianos ortodoxos, pues ambos utilizaban a veces agua en lugar de vino, o una mezcla de los dos .
El culto de Osiris (el antiguo dios egipcio de la vida, la muerte y la fertilidad) ofrecía el mismo encanto de una salvación fácil como el del concepto paulino de la salvación a través del sacrificio expiatorio de Jesús. “El secreto de esa popularidad era que él [Osiris] había vivido en la Tierra como benefactor, muerto para bien de la humanidad, y vivió de nuevo como amigo y juez” . Los antiguos egipcios conmemoraban el nacimiento de Osiris con una cuna y luces, y anualmente celebraban su supuesta resurrección. Ellos también conmemoraban su muerte comiendo pan sagrado que había sido consagrado por sus sacerdotes. Ellos creían que esta consagración transformaba al pan en la carne verdadera de Osiris . Si todo esto suena familiar, debe ser porque, como comenta James Bonwick, “así como se reconoce que el pan des-pués del rito sacerdotal se convierte místicamente en el cuerpo de Cristo, así mismo los hombres del Nilo declaraban que su pan, después del rito sacerdotal, se convertía místicamente en el cuerpo de Isis o de Osiris; de tal forma, ellos se comían a su dios” .
Por otro lado, como escribe Bonwick:
Los pasteles de Isis eran, como los pasteles de Osiris, de forma re-donda. Eran colocados sobre el altar. Gliddon escribe que eran “idénti-cos en forma al pastel consagrado de las iglesias romana y orientales”. Melville asegura que “los egipcios marcaban este pan consagrado con la cruz de San Andrés”. El pan de la Presencia era cortado antes de ser distribuido por los sacerdotes a la gente, y se suponía que se convertía en la carne y la sangre de su deidad. El milagro obraba por la mano del sacerdote que oficiaba, quien bendecía la comida .
De modo similar, los antiguos budistas ofrecían un sacramento de pan y vino, los hindúes una Eucaristía de jugo de soma (extracto de una planta intoxicante ), y los antiguos griegos un sacramento de pan y vino en tributo a Deméter (alias Ceres, su diosa del maíz) y Dionisio (alias Baco, su dios del vino). De este modo, ellos comían y bebían la carne y la sangre de sus dioses .

Cómo el cristianismo se hundió más en la adoración de lo creado
Los paralelos religiosos son tan obvios que no requieren explica-ción.
Podemos razonablemente preguntar cómo es que los cultos de Isis y Osiris tomaron la marca de la cruz de San Andrés en su pan consa-grado dos mil años antes de que naciera San Andrés. ¿Clarividencia por parte de los egipcios, o plagio religioso por parte de San Andrés? Ade-más, hay similitudes sorprendentes entre los misterios del cristianis-mo paulino y los de los cultos de Isis y Osiris, misterios que incluyen el nacimiento virginal (Isis la madre virgen, Horus el hijo) y el sacrificio expiatorio de Osiris seguido por su resurrección, tras la cual asumió el papel de redentor. Justino mártir, el famoso apologista cristiano, re-chazó estas similitudes declarando que Satanás había copiado las ce-remonias cristianas a fin de inducir al error al resto de la humanidad . Sin embargo, si tomamos nota de la secuencia temporal, estas prácti-cas eucarísticas y misterios de fe tempranos precedieron a los del catolicismo por más de dos mil años.
Considerando este hecho, T. W. Doane concluyó razonablemente:
Estos hechos muestran que la Eucaristía es otra pieza de paganismo adoptada por los cristianos. La historia de Jesús y sus discípulos en la última cena, donde el Maestro partió el pan, puede ser verdad, pero la afirmación de que él dijo “hagan esto en recuerdo mío”, “este es mi cuerpo” y “esta es mi sangre”, sin duda fue inventada para darle autoridad a la ceremonia mística que había sido tomada del paganismo .
¿Afirmaciones inventadas, en la Biblia? ¿Cómo puede ser posible, cuando todos los evangelios registran las palabras de Jesús en la últi-ma cena? Bueno, todos menos uno, en realidad. De acuerdo con Juan 13:1, Jesús fue arrestado antes del festín pascual. Entonces, ¿Juan está en contra de los sinópticos? O mejor aún, ¿Juan está contra Q (abrevia-ción de la palabra alemana quelle, que significa “fuente”), el documento fuente común hipotético de los evangelios sinópticos?
Para evitar malas interpretaciones: los católicos no toleran una in-terpretación simbólica de sus rituales sacramentales. El Concilio de Trento (1545–63 d. C.) estableció leyes con respecto a la supuesta transubstanciación de la Eucaristía, y esas leyes permanecen hasta la actualidad. Ni siquiera el muy liberal Concilio Vaticano Segundo (1962–65) cambió esto. En resumen, el juicio del Concilio de Trento dice:
Canon 1: Si alguien niega que en el sacramento de la Eucaristía San-tísima están contenidos real y sustancialmente el cuerpo y la sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por lo tanto, Cristo entero, sino que afirma que Él está solo como señal, figura o fuerza, sea anatema .
En otras palabras, quien considere que el pan y el vino de la Euca-ristía son meramente simbólicos, es anatema (es decir, maldito y ex-comulgado). Este juicio está reforzado por el siguiente:
Canon 6: Si alguien dice que en el santo sacramento de la Eucaristía, Cristo, el unigénito de Dios, no debe ser adorado con la adoración de latría , también manifestada externamente, y por lo tanto no debe ser venerado con una solemnidad festiva especial, ni llevado en procesión solemne de acuerdo al rito y la costumbre laudables y universales de la Santa Iglesia ni ser puesto públicamente frente a la gente para que lo adore la gente, y afirma que los que lo adoran son idólatras, sea ana-tema .
En otras palabras, quienes se niegan a adorar, venerar o glorificar sufrirán el mismo destino que quienes consideran la Eucaristía como simbólica. Estas leyes católicas se mantienen en los libros hasta el día de hoy, lo que explica por qué muchas denominaciones protestantes se han escindido de sus primos católicos y han abolido o diluido su veneración a la Eucaristía. Esta reacción es particularmente fácil de entender, pues muchas culturas paganas enseñaron la asimilación de las cualidades de los tótem ancestrales a través de comer “pan transmutado en carne”. Qué grupo es el que tiene el verdadero bocadillo sagrado sigue siendo tema de debate.
Regresando al tema central, la Iglesia Católica respondió al Quinto Concilio de Constantinopla de 754 d. C. convocando al Segundo Conci-lio de Nicea en 787 d. C. Este concilio restauró la adoración de imáge-nes sobre la base de que “la adoración de imágenes está de acuerdo con las Escrituras y con la razón, para los padres y los concilios de la iglesia” .
De repente, la teoría de ciertos clérigos que consumían hongos alu-cinógenos en el siglo VIII comenzó a parecer muy buena. Tenemos que preguntarnos qué padres apostólicos y qué escrituras consultó este concilio, y cómo es que esta decisión “está de acuerdo con las Escritu-ras y con la razón”.
En cualquier caso, aquellas comunidades religiosas que se opusie-ron a la idolatría cristiana fueron “limpiadas” por los ejércitos católi-cos. Comenzando con la masacre de cristianos unitarios a mediados del siglo IX, la emperatriz Teodora ganó la dudosa distinción de ser aquella “que restauró las imágenes para la Iglesia Oriental [ortodo-xa]” . Todos los esfuerzos subsecuentes para erradicar las imágenes en la Iglesia fueron anulados, resultando en las prácticas idólatras que vemos hoy día.
Más preocupante aún es la adopción de ídolos humanos. El culto a los sacerdotes surgió a comienzos del siglo XIII, con los sacerdotes ac-tuando como intermediarios para la confesión y la absolución de los pecados. El culto al Papa se manifestó en el ritual de besar el pie o el anillo del Papa. La doctrina de la infalibilidad papal, definida por el Pa-pa Pío IX en el Concilio Vaticano Primero en 1869–1870, estableció al Papa como rival de Dios. La adoración a María y el título de “Madre de Dios” fueron canonizados mucho antes, en el Concilio de Éfeso, en 431 d. C. Dirigirles oraciones a los santos, ángeles y la Virgen María fue aprobado oficialmente a partir de comienzos del siglo VII. La famosa oración a la Virgen María, el Avemaría, se retrasó unos miles de años y recibió formulación oficial en el breviario reformado del Papa Pío V en 1568. Sin embargo, entre todos los seres humanos sujetos a adoración, Jesucristo es por mucho el mortal más adorado que jamás haya pisado la Tierra.

Algunas preguntas para reflexionar
Un reto poderoso al pensamiento trinitario, atribuido inicialmente a Teófilo Lindsey (1723–1804 d. C.) y sostenido subsecuentemente por los cristianos unitarios de todo el mundo, se pregunta cómo responderían quienes adoran a Jesús si él regresara y les formulara las siguientes preguntas:
a)    ¿Por qué dirigen sus devociones hacia mí? ¿Acaso alguna vez los instruí para que hicieran eso o me propuse yo mismo como objeto de adoración?
b)    ¿Acaso no establecí siempre y hasta el final un ejemplo de adoración al Padre, a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios? (Juan 20:17)
c)    Cuando mis discípulos me pidieron que les enseñara a orar (Lucas 11:1–2), ¿acaso alguna vez les enseñé que me rezaran a mí? ¿Acaso no les enseñé a rezarle a nadie más que al Padre?
d)    ¿Acaso alguna vez me autodenominé Dios, o les dije que yo fui el Creador del mundo y que debían adorarme?
e)    Salomón, después de construir el templo, dijo: “¿Es verdad que Di-os morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?” (I Reyes 8:27). Entonces, ¿cómo pudo Dios haber habit-ado en la Tierra?
Estas preguntas son aún más relevantes dado que los cristianos es-peran que cuando Jesús regrese, denunciará a muchos “cristianos” co-mo incrédulos, como se afirma en Mateo 7:21–23:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profeti-zamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.
Entonces, si Jesús va a renegar de algunos cristianos que profetiza-ron, echaron fuera a demonios y realizaron milagros en su nombre (es decir, aquellos que dicen “Señor, Señor”), ¿quiénes van a ser esos in-crédulos?
Respuesta: Aquellos “hacedores de maldad” (palabras de Jesús). Y ese es el punto, ¿no? Pues, ¿cuál ley enseñó Jesús? Durante el período de su misión, “la voluntad de mi Padre en el cielo” era la ley del Antiguo Testamento. Eso es lo que Jesús enseñó, y según esa ley es que Jesús vivió.
Entonces, ¿dónde en sus enseñanzas o en su ejemplo enseñó Jesús la devoción y la adoración hacia su persona? ¡En ninguna parte! De hecho, todo lo contrario, pues la Biblia registra que él enseñó: “Al Se-ñor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás” (Lucas 4:8). Además, está registrado que Jesús enseñó: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mateo 19:17, Marcos 10-18, y Lucas 18:19); y: “El Padre mayor es que yo” (Juan 14:28).
Quizás por estas razones, los cristianos enfocaron los primeros die-ciocho siglos de su adoración al Padre y solo al Padre. Como nos relata Joseph Priestly, rezarle a Jesús es una innovación moderna, distante de las enseñanzas y de la época de Jesús:
En consecuencia, la práctica de rezarle solo al Padre fue universal en la iglesia cristiana, siendo en comparación tardías las breves in-vocaciones a Cristo, como aquellas en la letanía: “Señor, ten piedad de nosotros, Cristo, ten piedad de nosotros”. En la liturgia clementina, la más antigua que se conserva, contenida en las Constituciones apostó-licas, que probablemente fueron compuestas hacia el siglo IV, no hay rastros de cosa similar. Orígenes, en un tratado extenso sobre el asun-to de la oración, insta muy fuertemente a la conveniencia de rezarle solo al Padre y no a Cristo, y él no da indicio alguno de que las formas públicas de la oración tuvieran nada reprensible en ellas en ese re-specto, por lo que llegamos fácilmente a la conclusión de que, en esa época, esas peticiones a Cristo eran desconocidas en las asambleas públicas de los cristianos. Y esa restricción ha establecido tempranamente costumbres en las mentes de los hombres ya que, con excepción única de los moravianos cuyas oraciones siempre son dirigidas a Cristo, la práctica general de los trinitarios es rezarle solo al Padre.
Ahora bien, ¿sobre qué principio pudo haber sido fundada esta práctica temprana y universal? ¿Qué hay en la doctrina de la Trinidad, consistente en tres personas iguales, que le otorgue esa distinción al Padre en preferencia al Hijo o al Espíritu Santo?
¿Qué tenemos aquí, de hecho? Priestley registra un aspecto muy poco conocido de la historia cristiana, a saber, que para esa época (fi-nales del siglo XVIII), “la práctica general de los trinitarios era rezarle solo al Padre”. Aquellos que se guían por su experiencia cristiana moderna, pueden creer erróneamente que la práctica del siglo XXI de rezarle a Jesucristo data del cristianismo primitivo.
Nada está más lejos de la verdad.
Durante cerca de mil ochocientos años a partir del nacimiento del cristianismo, las oraciones fueron dirigidas solo a Dios. No fue hasta 1787 que la Iglesia de Moravia, una secta protestante fundada en el siglo XV en Bohemia (en lo que es la actual República Checa), se sometió a una profunda transformación pentecostal y comenzó a dirigirle las oraciones a Jesucristo.
De modo que, ¿por qué si las tres personas de la Trinidad son con-sideradas coiguales, habría prevalecido tal preferencia por el Padre? Y no solo por una década o dos, sino durante los primeros mil ochocien-tos años del cristianismo. A menos, claro, que se deba aprender una lección mucho más grande de la uniformidad de las devociones de los primeros cristianos que de las inconsistencias de la teología trinitaria.
Priestley fue solo uno de muchos que intentaron evitar el descar-rilamiento de las devociones del Creador hacia Su creación —Jesús, María, el Espíritu Santo y la multitud de santos—. Sin embargo, ningún análisis histórico de este tema estaría completo sin anotar que el Islam siempre ha mantenido una fe estrictamente monoteísta e iconoclasta, como lo describe Gibbon:
Los mahometanos han resistido de manera uniforme la tentación de reducir el objeto de su fe y su devoción al nivel de los sentidos y la imaginación del hombre. “Creo en Un Dios y Mahoma  es el apóstol de Dios” es la profesión de fe simple e invariable del Islam. La imagen in-telectual de la Divinidad jamás ha sido degradada por ningún ídolo vis-ible; los honores de los profetas jamás han transgredido la medida de la virtud humana, y sus preceptos de vida han restringido la gratitud de sus discípulos dentro de los límites de la razón y la religión” .