Salman el Persa, zoroastriano, Persia

Salman el Persa, zoroastriano, Persia

 (parte 1 de 2): Del zoroastrismo al cristianismo

 

 

El compañero bendito del Profeta Muhammad, que la misericordia y las bendiciones de Dios sean con él, Salman Al Farisi, narra[1]  su viaje hacia el Islam de la siguiente forma:

“Yo era un persa, del pueblo de Isfahán[2], de una ciudad llamada Jayi.  Mi padre era el jefe de la ciudad. Para él, yo era la criatura de Dios más amada. Su amor por mí llegó al punto de que él me confió la supervisión del fuego[3]  que encendió. Nunca dejaría que se apagara.

Mi padre poseía una vasta tierra fértil. Un día, mientras estaba ocupado con su construcción, me dijo que fuera a su tierra y cumpliera algunas tareas que necesitaba. En mi camino a esa tierra, pasé por una iglesia cristiana. Escuché el sonido de la gente rezando adentro. No sabía cómo vivía la gente en el exterior, pues mi padre me mantenía confinado en su casa. De modo que cuando pasé cerca de esa gente [en la iglesia] y escuché sus voces, entré para ver qué estaban haciendo.

Cuando los vi, me gustaron sus rezos y me interesé en su religión. Me dije [a mí mismo]: ‘Por Dios, esta religión es mejor que la nuestra’. Y por Dios, que no los dejé hasta que anocheció. No volví a la tierra de mi padre.

Les pregunté [a la gente de la iglesia]: ‘¿De dónde proviene esta religión?’

Dijeron: ‘De Ash-Sham[4].

Regresé con mi padre quien estaba preocupado por mí. A mi llegada, me dijo: ‘¡Hijo mío! ¿Dónde has estado? ¿Acaso no te confié un encargo?’

Le dije: ‘Padre, he pasado por donde una gente que rezaba en su iglesia y me ha gustado su religión. Por Dios que me he quedado con ellos hasta el anochecer.

Mi padre dijo: ‘Hijo mío, no hay nada bueno en esa religión, tu religión y la de tus antepasados es mejor’.

‘No, por Dios, es mejor que nuestra religión’.

Él me amenazó, me encadenó por mis pies y me mantuvo encerrado en su casa. Envié un mensaje a los cristianos pidiéndoles que me informaran de la llegada de cualquier caravana comercial cristiana proveniente de Ash-Sham. Una caravana comercial llegó y ellos me informaron, así que les dije [a los cristianos] que me hicieran saber una vez la gente de la caravana terminara sus negocios y partieran de regreso a su país. Fui informado [por ellos] cuando la gente de Ash-Sham terminó sus negocios y partió hacia su país, de modo que me quité las cadenas de los pies y acompañé [a la caravana] hasta que llegamos a Ash-Sham.

A mi llegada, pregunté: ‘¿Quién es el mejor entre la gente de esta religión [de ustedes]?’

Me dijeron: ‘El Obispo. [Él está] en la iglesia’.

Fui con él y le dije: ‘Me gusta esta religión, y me encantaría estar contigo y servirte en tu iglesia, para así aprender de ti y rezar contigo’.

Él dijo: ‘Puedes entrar y quedarte conmigo’. Así que me uní a él”.

Después de un tiempo, Salman descubrió algo del obispo. Era un mal hombre que ordenaba y alentaba a su gente a pagar caridad solo para quedársela para sí mismo. No se la daba a los pobres. ¡Había acumulado siete potes de oro y de plata! Salman continuó:

“Lo despreciaba debido a sus actos.

Él [el obispo] murió. Los cristianos se reunieron para enterrarlo. Les informé que había sido un mal hombre que había ordenado y motivado a la gente que diera caridad solo para guardársela él, y que no había dado nada a los pobres. Dijeron: ‘¿Cómo sabes esto?’

Les respondí: ‘Puedo mostrarles su tesoro’.

Dijeron: ‘¡Muéstranos!’

Les mostré el lugar [donde lo guardaba] y recuperaron de allí siete potes con oro y plata. Cuando los vieron, dijeron: ‘Por Dios que nunca lo enterraremos’. Así que lo crucificaron y lo lapidaron[5].

Ellos reemplazaron a su obispo. Nunca vi a ninguno [de ellos] que rezara mejor que él [el nuevo obispo], ni a un hombre más alejado de esta vida mundanal y más ligado al Más Allá, ni una persona más comprometida a trabajar día y noche. Lo amé más que a nadie.

Permanecí con él un tiempo antes de su muerte. Cuando estaba cerca de morir, le dije: ‘Oh [fulano], me he quedado contigo y te he amado más que a cualquier otro antes. Ahora el decreto de Dios [es decir, la muerte] ha llegado, así que, ¿qué me recomiendas [que mantenga], y qué me ordenas?’

El obispo dijo: ‘¡Por Dios! La gente está totalmente perdida, han alterado y cambiado [la religión] que tenían. No sé de nadie que aún mantenga mi religión excepto por un hombre en Al Musil[6], así que úntele’ [y me dio su nombre]”.

Cuando el hombre murió, Salman se trasladó a Al Musil y conoció a la persona que él le recomendó…

“Le dije: ‘[Tal persona] en el momento de su muerte me recomendó que me uniera a ti. Me dijo que mantenías la misma [religión] que él’. Me quedé con él y encontré que era el mejor hombre que mantenía el asunto [religión] de su compañero”.

Pronto murió. Cuando la muerte estaba cerca, Salman le pidió [como había hecho antes con su primer compañero] que le recomendara a otra persona que mantuviera la misma religión.

“El hombre dijo: ‘¡Por Dios! No sé de nadie de la misma [religión] que la nuestra, excepto por un hombre en Nasibín[7], y su nombre es [tal]; así que ve y únetele’.

Tras su muerte, viajé buscando al hombre de Nasibín”. Salman encontró al hombre y se quedó con él por un tiempo. Ocurrieron los mismos incidentes. La muerte se le acercó y antes que muriera, Salman le pidió al hombre que lo aconsejara con quién y a dónde ir. El hombre le recomendó que se uniera a un hombre en Amuria[8] que también mantenía la misma religión.

Salman se trasladó a Amuria después que su compañero murió. Encontró a esta otra persona y se le unió en su religión. Salman [en ese momento] trabajó y ganó “algunas vacas y una oveja”.

La muerte se acercó al hombre de Amuria. Salman repitió sus pedidos, pero [esta vez] la respuesta fue diferente.

“El hombre dijo: ‘¡Oh, hijo! No sé de nadie que mantenga nuestra misma religión. Sin embargo, un Profeta surgirá durante tu vida, y este Profeta es de la misma religión de Abraham’.

El hombre describió a este Profeta diciendo: ‘Será enviado con la misma religión de Abraham. Vendrá de la región de Arabia y emigrará hacia un lugar ubicado entre dos tierras llenas de piedras negras [como quemadas por fuego]. Hay árboles de palmeras extendidos en la mitad de estas dos tierras. Él puede ser reconocido por ciertas señales. Él [aceptará] y comerá [de] la [comida] que le sea ofrecida como obsequio, pero no comerá de la caridad. El sello de la Profecía estará entre sus hombros. Si puedes trasladarte a esa tierra, hazlo’”.

 


Footnotes:

[1] Al Haizami recopiló esta narración en Mayma’ Az-Zawa’id.

[2] Isfahán: Región al norte de Irán.

[3]  Su padre era un Mago que adoraba el fuego.

[4] Ash-Sham: Comprende las áreas conocidas hoy día como Líbano, Siria, Palestina y Jordania.

[5] Un punto importante a destacar aquí es que Salman no se alejó de lo que él creía era la verdad en ese momento debido a los actos de una persona. No dijo: “¡Miren a estos cristianos! ¡El mejor de ellos es malvado!” En su lugar, entendió que tenía que juzgar la religión por sus creencias, no por sus fieles.

[6] Al Musil: Una ciudad importante al norte de Irak.

[7] Nasibín: Ciudad en el camino entre Al Musil y Ash-Sham.

[8] Amuria: Ciudad que era parte de la región oriental del Imperio Romano.

(parte 2 de 2): Del cristianismo al Islam

El hombre murió, y Salman permaneció en Amuria. Un día, “unos mercaderes de la tribu de Kalb[1]  pasaron por mi lado”, dice Salman, “y les dije: ‘Llévenme a Arabia y les daré mis vacas y la única oveja que tengo’”. Ellos dijeron: “Sí”. Salman les dio lo ofrecido y lo llevaron con ellos. Cuando llegaron a Wadi Al Qura [cerca de Medina], lo vendieron como esclavo a un judío. Salman permaneció con el judío y vio los árboles de palmeras [que su último compañero le había descrito].

“Espero que este sea el mismo lugar descrito por mi compañero”.

Un día, un hombre que era primo hermano del amo de Salman, de la tribu judía de Bani Quraida en Medina, llegó de visita y compró a Salman de su amo.

“Me llevó con él a Medina. ¡Por Dios! Cuando la vi, supe que era el lugar que mi compañero había descrito.

Entonces envió Dios[2] a Su Mensajero [es decir, Muhammad, que la misericordia y las bendiciones de Dios sean con él]. Él permaneció en La Meca un buen tiempo[3]. No escuché nada sobre él debido a que estaba muy ocupado haciendo mi trabajo como esclavo, y luego él emigró a Medina.

[Un día] Yo estaba en una palmera por encima de sus racimos de dátiles haciendo cierto trabajo para mi amo. Un primo hermano suyo vino y se paró frente a él [su amo estaba sentado] y dijo: ‘¡Ay de Bani Quilah [la gente de la tribu de Quilah], están reunidos en Quibá[4] alrededor de un hombre que llegó hoy de La Meca diciendo ser un Profeta!’

Temblé con tanta fuerza al escuchar esto que temí caer sobre mi amo. Descendí y dije: ‘¿Qué es lo que dices? ¿Qué has dicho?’

Mi amo se enojó y me golpeó fuerte diciendo: ‘¿Qué te importa este asunto? Ve y métete en tus cosas’.

Le dije: ‘¡Nada! Solo quería asegurarme de lo que él dijo’.

Esa noche, fui a ver al Mensajero de Dios mientras estaba en Quibá. Llevé conmigo algo que había guardado. Entré y dije: ‘Se me ha dicho que eres un hombre justo y que tus compañeros [que] son extraños [aquí] están necesitados. Quiero ofrecerte algo que guardé como caridad. Me parece que lo mereces más que ningún otro’.

Se lo ofrecí, él le dijo a sus compañeros: ‘Coman’, pero él mantuvo su mano lejos [es decir, no comió]. Me dije a mí mismo: ‘Esta es una’ [es decir, de las señales de su Profecía]”.

Después de su encuentro con el Profeta, que la misericordia y las bendiciones de Dios sean con él, Salman se preparó para otra prueba. Esta vez le llevó un regalo al Profeta en Medina.

“Vi que no comes de lo que se da como caridad, así que he aquí un regalo con el que quisiera honrarte”. El Profeta comió de ello y ordenó a sus compañeros que hicieran lo mismo, lo cual hicieron. Me dije a mí mismo: ‘Ahora son dos’ [es decir, dos señales de Profecía]”.

En el tercer encuentro, Salman llegó a Baquí-ul-Garqad [un cementerio en Medina], cuando el Profeta, que la misericordia y las bendiciones de Dios sean con él, asistía al funeral de uno de sus compañeros. Salman dijo:

“Lo saludé [con el saludo del Islam: ‘La paz sea contigo’], y entonces me moví para ponerme a sus espaldas y así ver el sello [de Profecía] que me había descrito mi compañero. Cuando él me vio [haciendo esto], supo que yo estaba tratando de confirmar algo que me habían descrito. Él retiró su ropa de su espalda y entonces vi el sello. Lo reconocí. Me abalancé sobre él, besándolo y llorando. El Mensajero de Dios, que la misericordia y las bendiciones de Dios sean con él, me dijo que me moviera hacia el frente [para hablar con él]. Le conté mi historia como he hecho contigo, Ibn Abbás [recordemos que Salman le está contando su historia a Ibn Abbás]. A él [el Profeta] le gustó tanto que me pidió que le contara mi historia a sus compañeros”.

Salman aún era un esclavo propiedad de su amo. El Profeta le dijo: “Has un contrato [con tu amo] por tu libertad, oh, Salman”. Salman obedeció e hizo un contrato [con su amo] por su libertad. Llegó a un acuerdo con su amo según el cual le pagaría cuarenta onzas de oro, y le plantaría y levantaría con éxito trescientas palmeras nuevas. El Profeta le dijo entonces a sus compañeros: “Ayuden a su hermano”.

Ellos le ayudaron con los árboles y recolectaron la cantidad especificada. El Profeta le ordenó a Salman que cavara los agujeros necesarios para plantar los árboles jóvenes, y luego que los plantara cada uno con sus propias manos. Salman dijo: “Por Aquel en Cuyas manos está mi alma [es decir, Dios], no murió ni un solo árbol”.

Salman le dio los árboles a su amo. El Profeta le dio a Salman una pieza de oro que tenía el tamaño de un huevo de gallina, y le dijo: “Toma esto, oh, Salman, y paga [a tu amo] lo que debes”.

Salman dijo: “¿A cuánto equivale esto respecto a lo que debo?”

El Profeta dijo: “¡Tómalo! Dios hará [que sea] igual a lo que debes”[5].

“Lo tomé y pesé parte de él y tenía cuarenta onzas”. Salman le dio el oro a su amo. Él dio por cumplido el acuerdo y lo liberó.

A partir de entonces, Salman se convirtió en uno de los compañeros más cercanos del Profeta.

La búsqueda de la verdad

Uno de los grandes compañeros del Profeta, Abu Hurairah, reportó:

“Estábamos sentados en compañía del Mensajero de Dios cuando el capítulo Al Yumuah (Surah 62) fue revelado. Él recitó estas palabras:

‘Y [Dios ha enviado a Muhammad] también [para que purifique y enseñe] a otros que les sucederán’. (Corán 62:3)

Una persona entre ellos dijo: ‘¡Oh, Mensajero de Dios! ¿Quiénes son los que nos sucederán?’

El Mensajero de Dios no respondió. Salman el Persa estaba con nosotros. El Mensajero de Dios puso sus manos sobre Salman y luego dijo: ‘Por Aquel en Cuyas Manos está mi alma, incluso si la fe estuviera cerca de las Pléyades (las siete estrellas), hombres como este [es decir, gente como Salman] seguramente la alcanzarían”. (At-Tirmidi)

Muchos en este mundo son como Salman, están siempre buscando la verdad sobe el Uno y Único Dios Verdadero. Esta historia de Salman es similar a las historias de personas de nuestra época. La búsqueda de alguna gente los lleva de una iglesia a otra, del cristianismo al budismo o a la pasividad, del judaísmo a la “neutralidad”, de la religión a la meditación, y de allí al abuso mental. Hay quienes han cambiado de una idea a otra, ¡pero nunca se les ocurrió pensar en buscar conocer algo sobre el Islam! Cuando conocen a algunos musulmanes, sin embargo, abren sus mentes. La historia de Salman es la de una larga búsqueda. Tú puedes hacer que tu propia búsqueda de la verdad sea más corta, beneficiándote de esta.

 


Footnotes:

[1] Una tribu árabe.

[2] Salman llegó a Medina antes que Muhammad, que la misericordia y las bendiciones de Dios sean con él, fuera comisionado como Profeta.

[3] Trece años después de recibir la revelación proveniente de Dios.

[4] Las afueras de Medina.

[5] Un milagro de Dios.