Muhammad Asad nació como Leopold Weiss en Julio de 1900 en la cuidad de Lvov (German Lemberg), ahora Polonia, luego parte del Imperio Australiano. Era descendiente de un largo linaje de rabinos, una línea rota por su padre, que se convirtió en abogado. Asad mismo recibió una extensa educación que lo calificaría para mantener la tradición familiar rabínica.
En 1922 Weiss dejó Europa por el Medio Oriente por lo que se suponía seria una corta visita a un tío en Jerusalén. A estas alturas, Weiss, como muchos de su generación, se llamaría a si mismo agnóstico, habiendo rechazado sus amarras judías a pesar de sus estudios religiosos. Allí, en el Medio Oriente llegó a conocer y simpatizar con los árabes y le sorprendió como los musulmanes sumergían cada día sus vidas en un profundo significado, fuerza espiritual y paz interior.
A la temprana edad de 22 años, Weiss se convirtió en un corresponsal del Franfurter Zeitung, uno de los más prestigiosos periódicos de Alemania y Europa. Como periodista, viajó mucho, mezclándose con personas ordinarias, mantuvo discusiones con intelectuales musulmanes, y conoció a los mandatarios de Palestina, Egipto, Transjordania, Siria, Irak, Irán y Afganistán.
Durante sus viajes y sus lecturas, el interés de Weiss en el Islam fue creciendo al mismo tiempo que su comprensión por las escrituras, la historia y las personas. En parte, fue debido a la curiosidad.
Después de su conversión al Islam viajó y trabajó en el mundo musulmán, desde el norte de África hasta Afganistán. Después de años de estudio se convirtió en uno de los eruditos musulmanes de nuestra época. Después del establecimiento de Pakistán, fue nombrado Director del Departamento de Reconstrucción Islámica, en West Punjab y más tarde se convirtió en el representante alterno de Pakistán en las Naciones Unidas. Los dos libros más importantes de Muhammad Asad son: “El Islam en la Encrucijada” y “Camino a la Meca”. También produjo un diario mensual, Arafat y una traducción al inglés del Sagrado Corán.
Veamos las palabras propias de Asad acerca de su conversión:
“En 1922 dejé mi país nativo, Austria, para viajar por África y Asia como corresponsal especial de algunos periódicos importantes continentales, y pasé casi el resto de mi vida en el oriente Islámico. Mi interés en las naciones con el cual entré en contacto, fue al principio el de un extraño. Vi ante mí un orden social y una mirada de la vida fundamentalmente diferente de la europea; y desde el comienzo eso hizo crecer un deseo de tranquilidad, debería decir: es un modo de vida más mecanizado en Europa. Esta simpatía me llevó gradualmente a la investigación de las razones de tal diferencia, y comencé a interesarme en las enseñanzas religiosas del Islam. En ese momento, ese interés no era lo suficientemente fuerte como para transformarme en musulmán, pero abrió en mí una nueva mirada de la progresiva sociedad humana, de sentimientos reales. La realidad, sin embargo, de la vida presente del musulmán parecía muy diferente de las posibilidades ideales de las enseñanzas del Islam. Todo el progreso y movimiento del Islam, se ha vuelto contra los musulmanes en forma de indolencia y estancamiento; toda la generosidad y preparación para el auto sacrificio, se ha transformado entre los musulmanes de hoy en día, en perversión de una mente cerrada y gusto por la vida fácil.
Provocado por este descubrimiento y perplejo por la obvia congruencia entre el antes y el después, trate de enfocar el problema desde un punto de vista más íntimo: es decir, traté de imaginarme a mi mismo en el círculo del Islam. Era un experimento puramente espiritual; y pronto se reveló ante mí la solución correcta. Me percaté de que la única razón para la decadencia social y cultural de los musulmanes consistía en el hecho de que no seguían las enseñanzas musulmanas desde el espíritu. El Islam estaba todavía allí; pero era un cuerpo sin alma. El mismo elemento que una vez estuvo allí para la fuerza del mundo musulmán era ahora responsable de su debilidad: la sociedad islámica había sido construida desde el principio, sobre bases religiosas solamente, y el flaqueo de sus bases ha debilitado la estructura cultural, y podría causar su posible desaparición.
Mas entendía cuan concretas e inmensamente prácticas eran las enseñanzas del Islam, mas me intrigaba saber por qué los musulmanes habían abandonado su aplicación en la vida real. Hablé de esto con muchos musulmanes pensantes en casi todos los países entre el Desierto Libio y las Pamires, entre el Bósforo y el Mar Árabe. Se convirtió casi en una obsesión que opacaba todos los demás intereses del mundo del Islam. El cuestionamiento creció en énfasis, hasta que yo un no-musulmán, llegué a hablar con los musulmanes como si estuviera defendiendo el Islam de la negligencia e indolencia. El progreso fue imperceptible para mi, hasta que un día, otoño del 1925, en las montañas de Afganistán, un joven gobernador de una provincia me dijo: “Tu eres musulmán, solo que no te has dado cuenta”. Estas palabras me sorprendieron y quedé en silencio. Pero cuando regresé a Europa, en 1926, vi que la única consecuencia lógica de mi actitud era abrazar el Islam.
Las consecuencias de mi conversión al Islam. Desde ese momento, me preguntaron una y otra vez: “¿Por qué abrazaste el Islam? ¿Qué fue particularmente lo que te atrajo?” y debo confesar: no sé la respuesta. No fue una enseñanza en particular la que me atrajo, sino la inexplicablemente coherente y hermosa estructura de enseñanza moral y un programa de vida práctico. No podría decir, ni si quiera ahora, que aspecto me atrae más. El Islam es como un perfecto trabajo de arquitectura. Todas sus partes han conseguido complementarse y soportarse armoniosamente las unas a las otras: nada es superfluo y nada falta, con el resultado de un balance absoluto y una compostura sólida. Probablemente este sentimiento de que todo en las enseñanzas y afirmaciones del Islam está “en su correcto lugar”, ha creado una fuerte impresión en mi. Debe haber habido, junto a ello, otras impresiones que también se me dificulta analizar. Después de todo, era una cuestión de amor; y el amor se compone de muchas cosas; de nuestros deseos y de nuestra soledad, de nuestras metas y nuestros defectos, de nuestra fuerza y nuestra debilidad. Eso sucedió en mi caso. El Islam llego a mí como un ladrón que entra en tu hogar por la noche; pero, para permanecer allí por siempre.
Desde ese momento me dediqué a aprender todo lo que pude acerca del Islam. Estudié el Corán y las Tradiciones del Profeta (que la paz y las bendiciones de Dios estén con él); estudié la lengua del Islam y su historia, y mucho de lo que ha sido escrito acerca de él y en contra de él. Dediqué casi cinco años al Hiyaz y Nayd, mayormente en al-Madinah, por lo que pude experimentar algo del ambiente en el cual se predica la religión del profeta árabe. Como el Hiyaz es el centro de encuentro de los musulmanes de muchos países, pude comparar la mayoría de las diferentes religiones y puntos de vista comunes en el mundo islámico de nuestros días. Esos estudios y comparaciones crearon en mi la firme convicción de que el Islam, como fenómeno espiritual y social, es todavía, a pesar de todas las contrariedades causadas por las deficiencias de los musulmanes, lejos la mayor fuerza humana que haya experimentado; y todo mi interés se centro alrededor de el problema de su regeneración.
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